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Cuando mi sobrino Gonzalo cumplió un año, le regalé un andador de pasillo. Recuerdo que se lo dimos mi hermana y yo juntas, sentados los tres sobre la alfombra del salón de mi casa.

La caja con el regalo envuelto era más grande que él y estaba envuelta con muchos colores, un lazo grande, lo que ya le causó gran alborozo, al ponérsela delante y enseñarle como abrirla para que descubriera lo que había dentro.

La emoción comenzó a desatarse a medida que el papel se rompía y la caja se abría. Sus ojos se abrieron y nos miraba a mí y a mi hermana con la cabeza de un lado para otro, al ver el andador que era de muchos colores.

Primero le enseñé para que servía, haciendo una pequeña prueba con él de cómo se movía, por dónde había que cogerlo y empujarlo y le ayudamos para que lo moviera un poco. A medida que daba algún pasito su entusiasmo crecía.

Pero lo bueno vino después, cuando nos volvimos a sentar y lo puse delante del andador. Tenía diversos elementos, en forma de pequeñas ventanas, de distintos formatos y colores. Si apretabas cada una de ellas, unas se encendían con luces de diferentes colores, otras emitían sonidos de distintos animales, otras eran ruedas que se giraban sin parar y en otras pulsabas y salía una animal y su sonido, como en un reloj de cuco.

Extendía su mano para que tocara una de las ventanas y al encenderse la luz, dió el primer salto y se le abrieron los ojos. Probamos con otras y lo mismo. De repente soltó mi mano y se puso a darle él solo a las diferentes ventanas y su cara de asombro y alegría no se puede explicar con palabras. Tocaba y se reía a carcajadas, agitaba los brazos, daba pequeños saltos sentado, nos miraba y no se paraba de reír y reír, sin freno. La risa era tal que mi hermana y yo acabamos riéndonos también por puro contagio de alegría.

Es una escena que no se me olvida y me viene a la memoria muchas veces. Si alguien hubiera podido captar ese instante tendría la imagen de la felicidad plena. De lo que es una experiencia de gozo.

Esa es la imagen del placer que produce el descubrimiento, porque, como dijo Alexander Fleming, no existe alegría comparable a la de un descubrimiento, por pequeño que sea. Descubrir algo es una experiencia expansiva que te abre un mundo nuevo de posibilidades.

La alegría del descubrimiento la he podido ver en muchas de las personas a las que he acompañado como mentora: unos ojos que se abren, un cuerpo que se agita y se expande, una idea que brota y dibuja una sonrisa.

Cómo mentoras y mentoras tenemos el privilegio y el placer de asistir a esos momentos de satisfacción, plenitud, entusiasmo, esperanza e ilusión que provoca el descubrimiento. Somos a la vez provocadores y espectadores de esos instantes.

En el proceso de descubrimiento hay algo mágico, se genera una energía mental y emocional que no solo mueve el pensamiento sino también al organismo entero. Es una obra que se desarrolla en tres actos: estimulación, encuentro y manifestación, que debemos observar con atención, para contemplar la grandeza del proceso. Si lo hacemos veremos que,

-en la estimulación, que provocamos con nuestras preguntas, nuestras experiencias y reflexiones, se produce un movimiento de cabeza hacia los lados o hacia arriba y abajo: es la inteligencia de nuestro mentee agitándose.

-en el encuentro de nuestras aportaciones con la inteligencia de nuestro mentee, se genera un movimiento interno de empuje hacia afuera que se aprecia en microgestos como un pequeño avance del cortex prefrontal: es el alumbramiento de la nueva idea que quiere salir, expresarse y manifestarse. Corporalmente, el movimiento es como si esa idea estuviera abriendo la puerta que comunica el mundo interior de la mente con el mundo exterior de la realidad y se reflejará en un destello de luz en el entrecejo, justo encima de la glándula pineal, muy asociada a la intuición.

-en la manifestación de esa nueva idea, visión o respuesta encontrada, cuándo el descubrimiento se expresa, se escapa una sonrisa y los ojos se abren con gran amplitud. Esa es la imagen de la expansión de la inteligencia.

El gozo que se experimenta al descubrir algo nuevo que amplía nuestras posibilidades de acción en el mundo, se explica porque la inteligencia se excita cuando se reconoce a sí misma.

Pensar en las caras y gestos de vuestros mentees cuándo descubren que saben como solucionar su problema, cuándo encuentran una alternativa para avanzar en su camino, cuándo se les ocurre una idea, cuándo tienen un insight o revelación o cuándo se hacen conscientes de algo, que antes no veían. Cada vez que esto ocurre se dan cuenta de que están usando su inteligencia y que da buenos frutos y, eso, es excitante. Están contemplando el alumbramiento del nuevo saber, el descubrimiento de su propia inteligencia.

Con cada descubrimiento renacemos, damos a luz algo que ya vive dentro de nosotros, pero necesita ser alumbrado. Eso es lo que provocamos como mentores cuando con nuestras preguntas y reflexiones facilitamos el proceso de descubrimiento de respuestas y soluciones en nuestros mentees.

Y no solo eso, estamos favoreciendo aprendizajes significativos en sus vidas, que se traducen en cambios duraderos e importantes, porque para que se produzca un cambio real es indispensable que las personas vivan una experiencia que les haga descubrir algo que transforme su forma de ver las cosas.

Hay una gran diferencia entre los aprendizajes y cambios que se producen por descubrimiento a los que se producen por prescripción. Cuando les decimos a nuestros mentees lo que deben hacer para lograr lo que quieren, no solo les privamos del placer de descubrirlo por sí mismos, sino que también les estamos negando la posibilidad de ser los héroes de su propia historia de superación.

Resulta bastante estimulante que podamos vernos como excitantes o excitadores de la inteligencia de nuestros mentees, en lugar de ser una mala imitación del ChatGpt, o lo que es lo mismo meros suministradores de información y respuestas. Si nos limitamos a esto estaremos privando a nuestros mentees del placer del descubrimiento y a nosotros mismos de la satisfacción de contemplarlo, ser parte de ello y vivirlo y compartirlo con ellos.

En cada uno de nuestros mentees hay algo increíble que espera ser descubierto, en nuestra mano está ser el instrumento que les ayude a lograrlo y vivir el placer de descubrirlo.

Autora: Maria Luisa de Miguel

Directora de la Escuela de Mentoring