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Hay una gran muestra de humildad en escuchar, porque al hacerlo te abres a la vida y la sabiduría del otro, te enfocas en comprenderle, en lugar de inundarle con toda tu sabiduría e ingenio; hay una gran muestra de generosidad en escuchar, porque significa regalar tu atención y tu tiempo de forma ininterrumpida al otro para que lo tome, lo ocupe y se exprese. Por eso la parte más difícil de escuchar es «no hablar con uno mismo», a través del diálogo interno o interrumpiendo continuamente al otro. Nuestra forma de escuchar dice mucho de nuestra humildad, nuestra generosidad y nuestra forma de estar en el mundo.

Se habla mucho de los buenos oradores y comunicadores, pero poco de los «buenos escuchantes».  El liderazgo, por ejemplo, es una función donde la escucha es una competencia crucial, que no se trabaja con la necesaria profundidad. Aprender a escuchar bien puede que sea la mejor fuente de aprendizaje y desarrollo del liderazgo. En 1977, Carl Rogers, el maestro de la escucha empática, pronunció una conferencia en el Instituto Tecnológico de Monterrey sobre lo mucho que le había ayudado en su vida saber escuchar y sentirse escuchado, afirmando que todo lo que sabía sobre las personas, la personalidad y las relaciones interpersonales había sido a través del arte de escuchar y no de la lectura de libros. Casi podría afirmar lo mismo sobre mi práctica como mentora: escuchar de forma empática y profunda ha sido para mí todo un descubrimiento y un regalo. Algo que también comparten todos los líderes a los que he formado como mentores corporativos, puesto que la competencia que más valoran haber aprendido, desarrollado y mejorado es la escucha empática.

Por todo ello creo necesario hablar en este artículo del oficio de un «buen escuchante» y desgranar algunas de las actitudes y comportamientos que lo definen:

1.- Conectados con el propósito y la motivación para escuchar. 

Antes de cada conversación y de cada reunión un «buen escuchante» se recuerda ¿para qué escucha? y se pregunta ¿por qué es importante que escuche a esta persona? ¿qué le puede aportar mi escucha? ¿qué me va a aportar a mí? ¿a qué va a contribuir todo ello? ¿qué debe tener en cuenta en mi forma de escuchar para lograrlo? ¿cómo debo prepararme? 

Oír es un acto biológico, involuntario, inconsciente y pasivo, salvo que por cuestiones físicas tengamos limitado o anulado este sentido o nos tapemos los oídos, todo el tiempo estamos oyendo. Sin embargo, escuchar no es algo tan automático, requiere voluntad, consciencia, intención, interés y motivación. La escucha comienza como un proceso fisiológico, pero enseguida se convierte en psicológico, puesto que nuestras necesidades, deseos, motivaciones, percepciones y experiencias pasadas dirigen y priorizan nuestra atención eligiendo, sin saberlo muchas veces, cuáles, de todos los estímulos recibidos, serán los escuchados.

La escucha no solo requiere atención, sino también una intención consciente con la que podamos conectarnos para no caer en la escucha egocéntrica, cuando durante la conversación nos atrapen nuestros pensamientos, nos perturben nuestros prejuicios, nos asalte el aburrimiento, la impaciencia, el miedo o nos distraigamos con interrupciones, ruidos u otros estímulos.

2.- Conscientes del “estado escuchante”.

Tanto antes, como durante y al finalizar la conversación un «buen escuchante» toma consciencia del estado (emocional, físico, mental) en el que va a escuchar, está escuchando o ha escuchado.  Cuida mucho que sea el adecuado para poder estar presente plenamente, atento, concentrado y relajado. Sabe que si está cansado, estresado o con hambre no está en las mejores condiciones para escuchar, porque su energía se concentrará en la supervivencia y no en la trascendencia que requiere el acto de escuchar a otro. Evita, por tanto, saltar de una conversación a otra sin un tiempo de desconexión y reconexión; estar escuchando sin descanso o en determinadas condiciones que hacen más dificultosa la escucha: ruidos, iluminación, elementos distractores o interrupciones de otras personas.

Tiene muy presente cómo su estado emocional puede jugarle malas pasadas. Si está preocupado por una llamada que acaba de tener, si está de mal humor porque se ha frustrado un plan o si está demasiado eufórico por una nueva noticia puede verse comprometida su calidad de escucha, porque el estado emocional absorberá una gran parte de la energía que debería estar poniendo en escuchar al otro. Lo mismo puede ocurrir cuando en la conversación aparecen el miedo, la contrariedad, la frustración o la culpa ante alguna palabra, gesto o reacción del interlocutor. Sabe pedir una pausa cuando esto ocurre, para serenarse y reemprender la conversación en un estado adecuado para escuchar con consciencia y sin interrupción. 

Se vacía mentalmente de prejuicios, preocupaciones, tareas pendientes y recordatorios varios para no llevarlos a la conversación, así como evita anticipar respuestas pues sabe que con ello está desconectándose de su interlocutor. Tras cada conversación hace examen de conciencia sobre cómo ha escuchado y el tiempo que ha ocupado en la misma. Cuando su discurso ha representado más del 50% de la interacción sabe que ha hablado más que escuchado y, por tanto, no ha sido un «buen escuchante». 

3.- Deja hablar al otro primero.

El «buen escuchante» deja hablar primero a su interlocutor, favorece que se desahogue, especialmente, cuando viene con carga emocional que liberar. Acompaña en la emoción y no solo en las opiniones, datos, hechos o argumentos, usando frases como “entiendo tu frustración” o “siento que esto te preocupa mucho”.

Sabe que hasta que la persona no descarga su emocionalidad, no está en buenas condiciones para pensar, para ver las cosas de otra forma, para escuchar, para generar nuevas soluciones o tomar decisiones. Cuando las personas están emocionalmente inquietas solo pueden prestar atención a sus sentimientos, por eso mientras se produce el desahogo no interrumpe, no da consejos, no opina, solo está presente, acompañando y escuchando.  

4.-Suspende y trasciende los juicios para superar la escucha egocéntrica y poder escuchar en otros niveles más profundos.

Un «buen escuchante» conoce sus creencias, sus valores, sus prejuicios y cómo pueden asaltarle en cualquier momento de la conversación. Está atento a ellos y los suspende, los pone en cuarentena cuando aparecen, elevándose por encima de ellos para poder ver más allá de su mirada y entrar en el mundo del otro, en su forma de mirar la realidad. Por ejemplo, cuando escucha «no tengo porque hacerme cargo de como se sienten en mi equipo, aquí se viene a trabajar y los problemas personales se dejan en casa», aunque pueda no estar de acuerdo con ello y considerar que es una actitud muy poco empática, se eleva por encima de sus juicios y opiniones utilizando como estrategia preguntas como: ¿qué puede estar llevando a estar persona a pensar así? Este tipo de preguntas ayudan a superar la escucha egocéntrica y pasar a la escucha empática, actúan como cortafuegos de los juicios evitando opinar, argumentar en contra, realizar preguntas o intervenciones llevadas por el juicio. Así podrá preguntar ¿cómo te sientes cuando alguien de tu equipo te cuenta sus problemas personales? ¿qué sueles hacer? ¿qué provoca lo que haces?

Si nos quedamos en la escucha egocéntrica nuestro diálogo interior ocupará toda la conversación. Mientras lo mantenemos nos escuchamos a nosotros y no a la persona que nos habla. En su TED Talk, el músico y presentador del podcast «Song Exploder», Hrishikesh Hirway, compara esta situación con «intentar escuchar una canción mientras cantas otra diferente en tu cabeza»: “ no puedes hacerlo, o no puedes hacerlo bien”, “lo mismo que no puedes apreciar completamente lo que alguien más dice si estás pensando en otra cosa”.

5.- Escucha de forma multidimensional.

Escuchar requiere mucho más que usar los oídos, escuchamos con los ojos observando, con la mente contextualizando e interpretando, con el corazón comprendiendo, con el cuerpo acompasándonos con el flujo de energía de la conversación y hasta con el alma conectando con la esencia humana. Cuando escuchamos así podemos elevarnos sobre la escucha egocéntrica y la meramente intelectual para pasar a una escucha emocional y trascendente.  En este nivel de escucha la persona se siente mucho más que entendida, atendida, respetada y confiada, se siente cercana, conectada y hermanada. 

Cuando podemos llegar a escuchar en el nivel transcendente, sin juzgar y sin interrumpir, descubriremos que las personas se abren, se muestran, se expresan mucho más allá de lo que ellas mismas hubieran pensado, porque al ser plenamente escuchadas, ahondan dentro de sí y descubren mucho más de lo que habitualmente encontraban.  Esto les hace contemplar nuevas posibilidades, se expanden. 

6.- Retiene lo relevante

Una cosa es escuchar con atención todo lo que comunica mi interlocutor y otra captarlo y retenerlo todo. Nuestra capacidad en este punto es limitada, por lo tanto conviene usarla bien. Un «buen escuchante» lo sabe y se concentra en retener mentalmente los aspectos más relevantes para comprender el mundo interno del otro, desde donde mira y enfoca las situaciones, cómo se siente, qué es lo verdaderamente importante para el o ella y qué necesita para encontrar una salida, tomar una decisión, cambiar aquello que quiere lograr o desea. 

Presta atención a las ideas que se repiten, enunciadas en forma diferente pero expresando el mismo sentir o significado, a la carga emocional con la que se expresan algunas palabras o contenidos. En ocasiones se lo devuelve a su interlocutor para ver cómo reacciona, pues su lenguaje no verbal y verbal le será muy útil para confirmar si era importante o no para él. 

7.- Interviene sólo para facilitar procesos mentales

Un «buen escuchante» no se limita a simplemente escuchar, la escucha de calidad es «mentalizante», es decir, ayuda al otro a pensar mejor, a reflexionar, a ver las cosas desde diferentes perspectivas, a tener en cuenta su contexto interno, pero también el externo, cómo se siente él y cómo se sienten otras personas y a convertirse en observador de su propio comportamiento y pensamiento. Todo ello con el objetivo de que pueda tener más amplitud, más claridad, más alternativas de pensamiento, tomar decisiones sabias y obtener resultados satisfactorios.

Un «buen escuchante», escucha de forma empática, profunda y reflexiva,para saber cuándo y cómo intervenir facilitando que su interlocutor avance hacia su objetivo:

-Sabe cuándo preguntar y qué tipo de preguntas realizar, predominantemente serán abiertas y al hilo para que el otro pueda seguir profundizando en su pensamiento, autorregularse emocionalmente y explorar caminos en los que no habían pensado anteriormente. 

-Sabe cuándo parafrasear, cuándo resumir y recapitular para ordenar la información compartida, centrar lo relevante y seguir avanzando en la conversación de forma satisfactoria.

Sabe cuándo reconocer y reforzar al otro para hacer que se sienta valioso, hacerle consciente de la importancia de su descubrimiento, de su aportación o de sus ideas.

Sabe cuándo reflejar para transmitir al otro que lo está escuchando con atención y lo comprende, para que sea consciente de lo que ha expresado y lo pueda reelabora o reevaluar, si así lo considera, o bien usarlo para seguir avanzando en el flujo de su reflexión.

Sabe cuándo intervenir para validar si ha escuchado bien, si ha entendido bien, si ha comprendido o si están hablando de lo mismo o en la misma forma.  En muchos casos validará significados con su interlocutor para evitar imponer los suyos. Por ejemplo, cuando alguien le habla de que «algo no es nada motivador» preguntará ¿qué es motivador para ti? ¿qué hace que no sea motivador?

En definitiva, un «buen escuchante» resiste la tentación de intervenir para hablar de su libro, a cada paso en que el otro le cuenta su historia, su situación, cómo se siente o lo que le pasa. Sabe que no se trata de él, sino del otro y se mantiene comprometido con descubrir su libro, en lugar de revelarle el suyo propio. 

El «buen escuchante» está más preocupado por estar presente que por ser brillante. 

 

Autora: Maria Luisa de Miguel

Directora Escuela de Mentoring

“Los líderes relevantes serán los que recuperen la ilusión colectiva” Antoni Gutiérrez-Rubí

La pandemia nos obligó a parar, nos mantuvo aislados de muchos estímulos, nos sacó de la inercia del día a día. Todo ello hizo emerger conflictos latentes, emociones incómodas, pensamientos, preguntas y debates existenciales. El maldito virus amenazó nuestra salud, nuestra economía, la estabilidad social y el futuro. Nos puso enfrente de nuestra vulnerabilidad y fragilidad.

Llevábamos tiempo sometidos a una espiral de estrés continuada, consecuencia de  tantos cambios tecnológicos, tanta disrupción en los modelos de negocios, una desigualdad social en aumento y la automatización del trabajo que desafía nuestra competencia e identidad. Todo ello se ha visto agravado por la crisis de la COVID-19 y nos está poniendo al límite. Son muchas las personas que presentan síntomas de agotamiento, desmotivación, desesperanza, pesimismo, falta de energía, ilusión y ansiedad.

La desilusión y la desesperanza afecta a nuestra energía, a nuestra visión del presente y del futuro y a nuestra confianza. Nos estamos volviendo descreídos, nos vemos impotentes, nos desentendemos y el compromiso con nuestro trabajo, con nuestras metas, con nuestros semejantes comienza a hacer aguas por todas partes. Así lo evidencia una reciente publicación de Harvard Business Review sobre liderazgo : “el mundo profesional atraviesa una crisis de compromiso y credibilidad. Los estudios demuestran que la mayoría de los trabajadores confían poco en sus superiores y se comprometen escasamente con sus compañías”. Algo que no es de extrañar a la luz de lo que arroja otro estudio publicado por Gallup: el 85% de los colaboradores considera que el liderazgo que se ejerce en sus compañías no genera entusiasmo sobre el futuro. 

En medio de una crisis energética por el alza de los precios en el gas o la electricidad, no estamos atendiendo a otra más profunda que se está produciendo en el seno de las organizaciones: se están inundando de personas cansadas, agotadas, desilusionadas, se están quedando sin batería, sin savia. La famosa “Gran Deserción” o la “Gran Renuncia” es solo un reflejo más de todo ello. El desánimo se está apoderando del ambiente como un virus que se propaga sin control. 

Por suerte para este virus también hay vacuna: la inspiración y el compromiso son los mejores antídotos para el virus del desánimo. Es urgente desarrollar un liderazgo inspirador que revitalice las organizaciones y la sociedad porque las personas inspiradas están más motivadas, son más creativas, están más comprometidas y son más productivas. Y ahora más que nunca necesitamos de todo nuestro ingenio, todo nuestro tesón y toda nuestra energía para salir juntos de esta situación. 

Inspirar es dejar entrar el aire en los pulmones, es dejar entrar la vida, es llenarnos de fuerza, es elevar el ánimo. Cuando nos inspiramos o inspiramos a otros estamos activando energía, elevando la esperanza y el entusiasmo, impulsamos pensamientos y acciones con una fuerza que nos invita a ir a más, a explorar toda nuestra grandeza. La inspiración también activa nuestro lado más imaginativo, creativo, atrevido y arriesgado porque nos llenamos aporta vigor, valor, potencia y poder. Despierta a nuestro héroe interior. Porque cuando inspiramos se elevan nuestras aspiraciones y las de los demás. Un líder inspirador hace brotar lo mejor de sus colaboradores, les incita a soñar, a pensar en grande, refuerza su confianza y los ayuda a alcanzar metas.

Para inspirar a otros hay que estar inspirado por eso un líder debe conocer muy bien cuáles son sus fuentes de inspiración para saber activarlas cuando las necesite, algo que también deberá enseñar a hacer a sus colaboradores. Las fuentes de inspiración son principalmente los valores, los sueños, el propósito, la visión, las emociones, nuestras contribuciones o legado, las oportunidades y posibilidades de hacer, de ser más, los retos que superamos, las historias de superación y el héroe o heroína que queremos ser y todos llevamos dentro o admiramos en otros.

También nos inspira la naturaleza, el arte, los viajes, las experiencias que nos nutren y engrandecen, la lectura y, por supuesto, como señala la experta en liderazgo Kristi Hedges, autora del libro «El código de la inspiración», una buena conversación. Esas conversaciones que nos elevan, nos enriquecen y nos transforman porque en ellas está presente una conexión genuina y cercana con el otro, que produce la chispa que nos llena de energía, nos conecta a nuestros valores, fortalezas y propósito, nos abre posibilidades, nos reta, nos incita a movernos en busca de lo que queremos. 

Inspiramos a través de nuestros mensajes, nuestra comunicación, nuestro comportamiento y nuestras conversaciones. Y lo hacemos cuando en ellas están presentes los elementos anteriores. Cuando hablamos y ejemplificamos con nuestras acciones los valores que defendemos, el propósito por el que nos movemos, los sueños que perseguimos, las visiones que creamos, las aportaciones y contribuciones que hacemos, las oportunidades que vislumbramos, los retos que superamos. Nos inspiramos e inspiramos a otros cuando rememoramos a nuestros héroes, a nuestros referentes, esas personas a las que admiramos y nos sirven de modelo. Y todo ello lo hacemos con autenticidad, con emoción, con franqueza, con convicción, porque creemos en ello, nos importa, nos apasiona. Sin imposturas, sin querer ser o parecer lo que no somos, sin pretender ser todopoderosos y perfectos. 

¿Cómo inyecta energía en una organización el liderazgo inspirador? Principalmente a través de cinco intervenciones: visión, sentido, alineación, clima y relato. 

¿Cómo lo hace? Con confianza, con autenticidad, con positividad, con convicción, con valentía, con curiosidad y empatía, empoderando a otros  y predicando con el ejemplo.

Los líderes inspiradores tienen claro su propósito y saben crear una visión compartida en torno a él. El propósito es la razón de su liderazgo, su causa, el motivo de sus desvelos, sus esfuerzos, su energía y su valentía. La valentía de lidiar con lo desconocido, de delegar y transferir el control a otros, de comunicar verdades incómodas, especialmente, cuando se trata de poner límites para no transgredir valores. Saben comunicar, transmitir y contagiar esa visión porque creen en ella, y esta convicción interior es la que moviliza a otros para que se unan en torno a ella, se comprometan a alcanzarla y hacerla realidad. 

El propósito es el hilo argumental de su vida, el norte de sus decisiones y sus acciones. Lo revelan en cada una de ellas, precisamente por ello son creíbles, confiables e inspiradores. Gracias a esa vivencia del propósito personal saben como despertarlo en otros, como ayudarlos a conectarse con él, a través de conversaciones que aportan sentido y significado, dos elementos clave para manejar la incertidumbre. El significado genera confianza, eficacia y resistencia, especialmente cuando las circunstancias son adversas porque  nos permite comprenderlas y gestionarlas mejor. Conectarse con el propósito no solo es energizante, sino que también ayuda a priorizar estratégicamente, a focalizarse y moverse con más agilidad.  

El propósito ayuda a dar sentido a nuestro trabajo, a nuestra vida, a las circunstancias, a los éxitos y los fracasos, a los buenos y malos momentos. Todo lo podemos conectar a él para encontrar un significado que nos permita trascender, conectarnos a algo más grande, elevarnos por encima del aquí y ahora y seguir avanzando y creciendo en la vida. 

En 1962 el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, le preguntó a un conserje de la NASA cuáles eran sus tareas: “Ayudo a llevar al hombre a la Luna”, fue su respuesta. Este es un claro ejemplo de estar conectado al propósito. Se trata de ver nuestro trabajo en términos de aportación y contribución a algo más grande: el sueño, la visión, la meta…, en lugar de verlo en términos de “lo que hacemos”. Es la diferencia entre el qué hago y para qué lo hago, entre enfocarse a presente o enfocarse a futuro, en estar centrado en el yo y el hacer o estar centrado en el entorno y el fin. Cuando lo hacemos nos alineamos individual y colectivamente. 

El mayor enemigo de la inspiración es el estrés, el agobio, las presiones constantes de hacer, hacer, las demandas infinitas. Todas estas situaciones generan espirales de emociones como el miedo, la culpa, la vergüenza, la frustración y sensaciones de no llegar, de nunca ser suficiente, de no valer. Todas ellas son un cortafuegos para la creatividad, restringen la visión de futuro, reducen nuestro foco y nuestra claridad mental, nos contraen en lugar de expandirnos. Nos desconectamos, nos encerramos en nuestro yo, en nuestros problemas y dejamos de mirar fuera, de empatizar con el entorno y con nuestros compañeros de trabajo o de vida. Nos distanciamos de los demás, de la vida, de las fuentes de energía. Por eso, una de las funciones del liderazgo inspirador es crear un clima de emocionalidad expansiva, comenzando por sí mismo para resonar en esa onda energética y contagiar al resto de la organización. 

Inspiramos cuando trascendemos, cuando proyectamos, cuando movemos a la acción, cuando resonamos positivamente. El líder inspirador crea un efecto Pigmalión, ayuda a otros a creer en sí mismos, a reforzar sus creencias de autoeficacia que son claves para la confianza y la motivación. Y lo hace empoderándolos a través de estimular su capacidad de pensar, de crear y de hacer. Para ello un lidera utiliza más las preguntas que las respuestas o las instrucciones, porque las preguntas dan al otro el poder de pensar, de crear sus propias ideas, respuestas y soluciones, le convierten en protagonista. Cuando preguntamos al otro ¿Qué podrías hacer para solucionar este problema? le estas diciendo que confías en su criterio, que crees que puede encontrar la solución. Al preguntar colocamos al otro en posición de creador y responsable de sus circunstancias, situaciones, opciones, esto activa la responsabilidad personal y el compromiso. 

Preguntar es el primer indicio de delegación y está también es empoderante. Cuando delegamos también estamos transmitiendo que confiamos en el otro, que le creemos capaz de hacerlo. En cierta forma delegar es posibilitar que otros continúen nuestro legado, nuestra contribución, es una forma de seguir haciendo realidad nuestro propósito a través de otros que también creen en él. El liderazgo se desarrolla en muchas personas porque son inspiradas por las acciones, el ejemplo y el legado de otros. 

Tendemos a creer que un líder es aquel que ejerce influencia directa sobre muchas personas pero a veces la influencia es directa en una sola e indirecta en otras muchas. Porque el poder de creer en alguien es expansivo. Annie Sullivan creyó en Hellen Keller, la instruyo, la educó e hizo germinar en ella una fuerza que le ayudó a superar todas sus dificultades y lograr ser la primera persona sordociega en obtener un título universitario, además de convertirse en escritora, activista y filántropa reconocida, ayudando a muchas otras mujeres y personas con discapacidad. Por todo ello el presidente estadounidense Lyndon Johnson le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad en 1964.

La potencia inspiracional de un líder nace de sus propias experiencias vitales y de cómo saber narrarlas, construir un relato y una historia a partir de ellas. Una entrevista a 125 líderes de todo el mundo revela que el liderazgo se desarrolla a partir de un crecimiento personal basado en la reflexión y el aprendizaje de las propias experiencias de vida, tanto negativas como positivas, siendo especialmente conscientes de sus historias de superación. Los líderes inspiradores saben encontrar la parte de héroe que hay en sus vivencias y saben comunicarla con autenticidad, cercanía y resonancia. Dale Carnegie considera que la comunicación inspiradora es vivida y dramática y que el mayor desafío del liderazgo inspirador es la habilidad de hacer el papel de héroe, para lo cual hay que vivir las experiencias de manera épica. Se trata de encontrar en todas ellas el reto a afrontar, el sueño a perseguir, los obstáculos que se vencen, los villanos con los que hay que luchar, las hazañas logradas, cómo se consiguieron, como nos han traído hasta donde estamos y explican quienes somos, y que hemos aprendido de todo ello: la moraleja, el gran mensaje. 

También es importante saber comunicarlas con autenticidad, mezclando en nuestros mensajes la competencia y la vulnerabilidad, porque realmente estamos hechos de ambas: hacemos cosas muy bien y otras no tanto, somos fuertes y a veces débiles. La clave está en mostrar ambos lados pero de forma consciente y oportuna a cada situación. No tenemos que contar todos nuestros éxitos y fortalezas, pero tampoco todos los fracasos y debilidades. Como siempre en el equilibrio está la virtud. Nuestra historia está llena de unos y otros, pero podemos contarla de forma que resulte valiosa, que sirva de inspiración, de acicate para otros o para nosotros mismos. 

La comunicación de un líder inspirador es integral, combina mensajes, gestos, símbolos, estética y comportamientos de forma alineada y congruente. Un ejemplo de ello podemos verlo en el manejo de la crisis por el atentado supremacista contra dos mezquitas en Nueva Zelanda en el 2019, que llevó a cabo la Primera Ministra Jacinda Arden: palabras de consuelo a las víctimas de una religión diferente a la suya, ataviada con un hiyab (pañuelo islámico) abrazando a las familias afectadas por la masacre y empleando palabras propias de su cultura y religión; endurecimiento de las leyes que permiten la posesión de armas; condena contundente del atentado, su negativa sistemática a nombrar al terrorista y como alentó de manera reiterada a los medios de comunicación a que no le dieran publicidad y protagonismo nombrándole o reproduciendo el vídeo de la matanza. 


Con todo ello consiguió que menos de un mes después de los atentados, el Gobierno de Wellington logró aprobar casi por unanimidad en el Parlamento una ley que endurece la tenencia de armas semiautomáticas en Nueva Zelanda; que su mensaje reconciliador fuera ampliamente compartido en redes sociales se crearía un hashtag en Twitter con una de las frases pronunciadas en él: #TheyAreUS (#EllosSonNosotros); algunos neozelandeses entregaron sus armas voluntariamente a la policía después del ataque; Youtube anunció que retiró «decenas de miles» de vídeos de su plataforma que mostraban el atentado y Facebook también eliminó cerca de millón y medio de copias del video; cientos de mujeres en Nueva Zelanda, entre ellas presentadoras de televisión, periodistas y hasta agentes de la Policía, lucieron en la misma semana  el velo islámico o ‘hiyab’, para solidarizarse con la comunidad musulmana, aunque este gesto también haya sido criticado y no compartido por otros. 

Cuando nuestras palabras, nuestros mensajes, nuestros gestos, nuestros símbolos estéticos y nuestros comportamientos y acciones,  forman un relato coherente es bastante probable que inspiremos a otros para actuar de la misma forma. No se trata de que nos sigan o nos imiten, ese no es el propósito del liderazgo inspirador, sino de que continúen, expandan y engrandezcan el mensaje que se pretende transmitir, el propósito y la causa noble por la que se lucha porque ellos también creen en ella y la hacen suya. 

“Si tus acciones inspiran a otros a soñar más, aprender más, hacer más y ser mejores, eres un líder.” Jack Welch